Porque este viaje ha sido eso: UNA FIESTA.
El último país del que he disfrutado, tras estos (atención! antención!) 14 meses de viaje ha sido Tailandia.
No me he extendido mucho, me lo he tomado con calma, porque tengo la sensación de que volveré pronto.
Aunque tengo la sensación (igual que me pasó con Bali y con Vietnam) de que para encandilarnos con el país vamos tarde, y que la magia se la llevaron los que tuvieron la suerte de venir hace 10 años. Pero lo que nos han dejado tampoco da para queja: Es un país desarrollado y muy adaptado al turismo, y cuya población convive con los farang día a día y vive, en gran parte, gracias a ello. Tenemos toda una infraestructura a nuestro servicio para facilitarnos la vida, y todas las opciones que nos podamos llegar a imaginar. Pero conserva su belleza natural y su tradicional cultura budista sigue rigiendo todos los aspectos de la vida aquí.
Bangkok, su capital, es una megaurbe a caballo entre Asia y Europa. Llena de rascacielos, taxis, bancos y oficinas, y a la vez llena de olores, mercados, puestos callejeros, templos budistas. Es un puñetazo en la cara. Y es habitable, no me cuesta imaginarme viviendo en ella, aunque sé que pocos corroborarían esta afirmación.
Como turista, las principales actividades aquí se pueden resumir de la siguiente manera:
Shopping, Spas y turismo sexual.
El primero, porque BKK es la locura de los centros comerciales. Hay muchos. Son gigantes. Tienen de TODO. Y ni hablemos de los mercados callejeros, como el Chatuchak Market (el mayor mercado al aire libre del mundo, con más de 15000 puestos entre los que podemos encontrar desde imanes de nevera hasta ardillas voladoras).
El segundo, porque es el paraíso de los centros de belleza. Puedes darte cualquier tipo de masaje o cualquier tratamiento que se te antoje por menos de 1/4 de lo que pagarías en casa, y con unos estándares de calidad que (aunque puedan variar de un sitio a otro) suelen superar las expectativas. Menos en la peluquería, pero claro los pobres no tienen la culpa de no haber tocado un rizo en su vida…
Y el tercero porque, lamentablemente, hay un amplio mercado que abastecer y que viene a Thailandia en busca de ping-pong shows y lo que surja. Y aunque no queráis participar de ello, es inevitable toparte con esta realidad que te acechará en la mayoría de las calles comerciales o turísticas al caer la noche. Yo, ni por curiosidad quise entrar en uno de estos bares. Muchos me dijeron/dirán: «estás en Bangkok, esto forma parte de aquí, es lo típico, ni que sea tienes que entrar 10 minutos…» pero como me parece denigrante, vejatorio y vergonzoso, no quiero que ni uno solo de mis dólares vaya destinado a perpetrar esa industria. Pero ahí cada cual con su conciencia (y con sus ETS).
Desde Bangkok me marché a Koh Tao, una isla en el Golfo al sureste. Allí me encontré con Isaac, que se acaba de mudar en busca de trabajo, para pasar juntos las Navidades y el Fin de año.
Han sido unos días geniales, a pesar de que la lluvia viniera a visitarnos y se quedara durante 4 días, en los que hemos conocido a un montón de gente (españolitos casi todos) divertidísima que nos ha hecho de familia postiza para pasar las fiestas. Quien me diga que no quiere viajar solo se gana una colleja y un chupete. ¡Es lo mejor para socializar, aunque parezca contradictorio!
Y en esta isla, cuyo nombre significa Isla Tortuga, me he dedicado a 2 actividades principalmente (más allá del cerveceo y el tumbarme al solecito):
– Muai Thai. Pim, pam. 2 semanas llena de moratones y con la adrenalina desbordada. Dar ostias a la Thailandesa, debería ser asignatura obligatoria en todas las carreras.
– Submarinismo. Por el poder de PADI me declaro… ¡Advanced! Sí, sí, amigos. Me metí en el agua a hacer el primer curso, y me gusto tanto que en cuanto acabé me apunté al segundo. Y me encanta. La visibilidad en esta época del año no es muy buena, pero lo disfruté como una enana.
Tanto es así que he decidido acabar mi super-mega-hiper-extra-aventura-que-te-cagas en Kao Lak, buceando en las Similan Islands. Fuckin’ Paradise.
¿Alguna vez habéis probado a explorar un barco hundido con, literalmente, autopistas de peces encima de vuestras cabezas (y debajo, y por todas partes)? ¿No? Pues probadlo, os cambiará la vida.
La mía, desde luego, ha cambiado. Por esto y por todo lo que llevo vivido en estos 14 meses de aventura.
Me despido saltando desde Tailandia, junto a ese mar que es bonito desde fuera pero sobretodo desde dentro.
Nos vemos en Barcelona en 72h.
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